Caminando por la calle, con los cascos puestos, me
he dado cuenta que nos cruzamos con mundos contenidos en cada una de las
personas que pasan a nuestro lado. Mientras los acordes sonaban en mis oídos
veía como cada persona transportaba sobre sí una cantidad de experiencias y
traumas, transformadas en pequeños gestos y posturas: una leve sonrisa, unos
hombros caídos, unas pisadas apresuradas, una mirada perdidas en los zapatos,
unos ojos que brillan.
Los ojos, esos me llamaron la atención, apenas me dio
tiempo a mirar un par de segundos a esa chica de vaqueros, cazadora, zapatillas
y una bandolera cuyo peso la inclinaba al caminar. El pelo largo y suelto
parecía elevarse levemente con la brisa, intentando distraer la mirada curiosa
de los paseantes de sus ojos. No sonreía, pero no parecía triste. La mirada al
frente dirigiendo sus pisadas, parecía tener muy claro donde quería que la
llevasen sus pasos. Y sus ojos brillaban. Hubiese querido preguntarle si
brillaban al saber que estaba cerca de su destino y qué le esperaba allí, saber si contenían las lagrimas por un dolor no olvidado y se concentraba en
retenerlas, preguntarle si su mirada siempre brillaba y cómo lo hacía, saber si
el aire frío le hacía llorar los ojos, saber si mis ojos compartían el
motivo del mismo brillo.
Nuevo juego: ¿por qué brillan esos ojos?
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