martes, 15 de abril de 2014

Se apagó

No era sólo una llama, era como un faro, y llevaba tanto ardiendo que no podía imaginarse el mundo sin que estuviese alumbrado por su luz. Nunca fue constante, pero siempre estaba ahí, presente en cada momento, en cada día, en cada pensamiento. Pero llegó el día en que su llama brilló con tanta fuerza que, tras unos segundos de éxtasis luminiscente, su luz se debilitó y poco a poco comenzó a apagarse. Intentamos buscar una solución, notando como el peso de la agonía se posaba sobre nuestro pecho, la rodeamos y protegemos, le damos parte de nuestro aliento para intentar reanimarla, nos exponemos incluso a las quemaduras que tal proximidad podría provocarnos, no nos importa, sólo queremos conservarla. Pero finalmente se apaga y nos rodean las sombras en un momento de pánico que nos llena por completo, las manos en la cabeza para esconder la cara ante el fatídico final y nos hundimos en la profunda oscuridad.


Y de repente notamos la tranquilidad que nos rodea, nuestros ojos se acostumbran rápidamente a la oscuridad y al alzar la mirada vemos de nuevo las estrellas, las recordamos, aquellas que mirábamos antes que la llama las ocultara ante nuestros ojos y nos sentimos tan livianos que parece que podríamos acercarnos a ellas. Un sonido metálico provoca ecos cuando las cadenas caen al suelo y empezamos a elevarnos en el aire.

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